€__A _
enciende la sangre. Sin saber por qué se acuerda
de Consuelito, de cómo se perdió Consuelito, de
los consejos que a todas horas le daba Consuelito,
y llena de rubor y de vergúenza, casi de remordi-
miento, piensa arrepentida si ahora también, lo
mismo que Consuelo otras veces, no tendrá Am-
paro razón.
Tan extática está en sus pensamientos, que Am-
parito la sacude de un brazo.
—Pero, chica; ¿qué tienes? ¿Qué te pasa? ¿Es
que te ha dado un aire?—Y en seguida, perspicaz
y adivina: —Oye, ¿es que tú querías ir?
Teresa se estremece y atontada, como si se re-
cobrase de un síncope, responde, balbuciendo:
—NOo, no... yo, no.
—Abh, vamos, creía que...
—¡De ninguna manera!
—Y eso que, no lo niegues, a ti ese hombre te
ha gustado. F lay que ver la cara que ponías cuan-
do bailabas con él, Y con qué entusiasmo te deja-
bas besar... Di, la verdad: ón que sí te ha ¿gustado?
—Mujer, ¿por qué voy a mentir? Me ha gusta-
do. Es verdad.
—Pues si cada vez que te fuste un hombre te
van a dar deseos de marcharte con él, estás aviada»
Buen burro hemos comprado.
Teresa protesta, picada y ofendida:
—Una cosa es que me guste y otra que me vaya
con él. Todavía no me he ido con nadie. Precisa-
— 174.-