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naron que viviera sola. El mayor, que tenía un
taller de carpintero y era el que ¿ganaba más, se
comprometió a pagarle la casa, y los otros a darle
tres reales diarios cada uno, verdaderamente diarios,
no por semanas, ni por decenas, ni por meses, sino
al día; único modo de que no le faltara nunca qué
comer. La pobre señora tenía la desgracia de ser
una calamidad para el gobierno de las necesidades
domésticas. Se le iba el dinero sin saber por dónde;
nunca tenía un cuarto y siempre estaba debiendo a
todo el mundo.. Para obviar estas dificultades los
hijos decidieron darle los nueve reales día por día,
y todas las mañanas la mujer tenía que ir a por
ellos, recorriendo, una tras otra, las casas de los
tres. Ella, con el fin de afenciarse un suplemento,
compró en el Rastro una cama, consiguió que una
de las nueras le facilitase un colchón, y habilitó
una alcoba pará huéspedes.
El primero fué un matador de novillos, un mozo
malagueño muy jacarandoso que la llamaba agúela,
se levantaba a las doce, se iba a la una y no le
volvía a ver hasta la mañana siguiente. El mucha-'
cho, que había hecho una temporada magnífica de
otoño en Tetuán y Vista Alegre, debutó en pri-
mavera, con gran éxito, en la plaza de Madrid, Y
al mejorar de fortuna se trasladó de casa con gran
sentimiento de la pobre mujer, que había llegado 2
duererle como a un hijo. Claro está, que como
todo en este mundo tiene sus compensaciones, e
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