—Pues yo no—juzga Amparo -=. YO pienso de
Otro modo. Yo creo que una mujer, lo primero que
ebe procurar es no depender de nadie.
La discusión, como casi todas las discusiones fe.
Meninas, se extiende largo rato enojosa y estéril con
erivaciones y rodeos que nada tienen que ver con
€l asunto, hasta que al fin vuelven al punto de par-
tida y acaban por concretar lo único e interesante,
es decir, que Teresita siga entendiéndose directa-
Mente con las tiendas sin decir una palabra de cuan-
to ha sucedido.
—Yo creo que podéis sacar de cinco a seis
Pesetas.
=A mí, lo único que me preocupa—apunta T'e-
resa—es la cuestión de los dibujos. Mientras son
Cosas corrientes me las apaño muy bien, pero el día
En que me encarguen uno que sea difícil...
—Ese día—la tranquiliza Consuelito—vienes a
Uscarme y te lo arreglo yO.
—¿De modo que nosotras seguiremos viéndonos?
—Hombre, ¡naturalmente! ¡Pues no faltaría más!
Se despiden con grandes efusiones carinosas,
Mimos y besuqueos. Consuelito se marcha y las
Os chiquillas siguen trabajando. Cuando más en-
rascadas están en la labor, una voz melosa y agra-
Able las saluda a través de la ventana, y ven en la
€ entrente, encuadrado en el marco del alféizar, un
FOstro de mujer que les sonríe.
—Buenos días tengan ustedes.
E ad —