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, grande... Yo no puedo más. Yo no tengo más re-
- medio que contárselo todo a la señora. Es necesa-
rio que la señora sepa... que... el señor e Oi
E Pues... ¡Ay, madre mía!
Doña Gertrudis, que había levantado su copa
de anisete, se quedó con ella en alto, la dejó muy
despacio en el mantel y dijo parsimoniosa:
—|Tomal, eso ya lo sabía.
La Luisa dió un chillido de espanto.
—|Jesús!
Y la otra, con muchísima calma:
—Oí, mujer, lo sabía. Me enteré un poco tarde...,
pero me enteré. Me lo contó él mismo, sin darse
Cuenta, sin saberlo, en un momento de delirio, due
rante la enfermedad que le costó la vida. Como
comprenderás, mi primera intención fué ponerte en
la calle, pero luego pensé: ¡Y quién mejor le puede
cuidar que ella! ¿Dónde voy a encontrar una per-
sona que se tome mayor interés? Esperaré—me
dije—, la aguantaré hasta que esto se pase y en
cuanto él se ponga bueno la despacho. Mi marido
murió... casó la niña, yo me quedé sola... Tú, en
medio de todo, en la enfermedad te habías portado
muy bien... En el fondo eras buena. Al fin te co-
hocía y, sobre todo, ya no tenía remedio... ¡Qué
iba a hacer! lime, iqué iba a hacer yo!
La Luisa se había levantado de la mesa y sen-
tada en un rincón, de cara a la pared, con las manos
tabándose los ojos lloraba a lágrima viva.
HO —