Portería. Tiendas. 0 O Y
El señor Nemesio, portero de la casa, es guar-
dia de la porra. Antes había sido inspector de Po-
licía urbana. Fueron los tiempos de prosperidad y
opulencia. Llovían los regalos sobre la portería:
frutas, verduras, aves, caza, botellas de vinos gene-
rOS08, embutidos, jamones... El matrimonio tenía
dos hijos, varón y hembra. El chico iba al Instituto
del Cardenal Cisneros, la chica a una academia de
corte y con fección. La madre se pavoneaba oronda y
satisfecha, estrenando una bata cada quince días, on-
dulándose el pelo y convidando por las tardes a las
vecinas a café. Vino la Dictadura, dejó cesante a
Nemesio y todo el bienestar se concluyó. El chico
tuvo que entrar de aprendiz en un taller de auto-
móviles, la chica de oficiala en un obrador de mo-
dista, la portera cesó de presumir y el marido se
puso a vender décimos. Y menos mal que después
de muchas componendas, influencias y recomenda-
ciones consiguió, aunque postergado en su catego-
ría, relngresar en el Ayuntamiento como guardia
de la circulación a sueldo limpio. Desde entonces
el matrimonio anda siempre malhumorado y fosco,
y se han acabado en la portería los convites y Casi
las tertulias.
En la planta baja del edificio hay cuatro tiendas
oblongas, tan estrechas que ninguna consiente esca-
parate: una verdulería, una peluquería, una carnice-
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