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ría y un bar. El verdulero comenzó con una cesta
al brazo; después compró un carrito, luego unció
al carro un burro y al fin abrió una tienda. | loy
viven de la tienda seis personas, lo cual demuestra
que.no hay nada en el mundo como un comercio
bien administrado.
La peluquería es uno de los establecimientos
más antiguos y acreditados de la calle. Primero
estuvo en la acera de enfrente, en un local pequeno
y lóbrego, en el cual a las tres de la tarde había
que encender luz; después se trasladó a la casa nue-
ya con todo el material substituído, elegante y mo-
derno: lavabos de porcelana, sillones giratorios, es-
tula de desinfección y espejos biselados empotrados
en la pared. El negocio iba mal. La parroquia, cada
vez más exigua, no bastaba a cubrir los costosos
dispendios realizados, y el dueño tuvo que traspa-
sarla. La adquirió un oficial ondulador, joven y lis-
to, que la transformó en peluquería mixta de caba-
lleros Sd señoras. Fué una de as primeras estableci-
das en el barrio y comenzó ganando muchísimo di-
nero. Trabajaban cinco oficiales y no daban abasto.
Los sábados, especialmente, había tarde en «ue la
cola llegaba hasta el portal. [ loy la ruda competen-
cia entablada ha restado parte de la parroquia, pero
aun así, el propietario está contento. Cierto que
ahora van menos mujeres; en cambio, cada vez es
mayor el número de hombres due se ondulan, se
dan masaje facial y se depilan las cejas.
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