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—Les crecería el hueso.
—Ol, ¿eh?, ¡qué mono! Pues mira: ¿sabes lo que
te digo?, que en cuanto me vuelvas a robar me
marcho a otra carnicería.
—Haz lo que quieras, mujer, haz lo que quieras;
pero te advierto que es lo mismo. Mudarás de car-
nicero, pero no cambiarás de ladrón.
—Gachó contigo. Eres más fresco que un polo.
—Pero muy simpático, ¿no?
—Hombre, es que si no lo fueras no se podría
entrar aquí.
Y. era verdad.
Entresuelos. 6 64 4 0
En el entresuelo izquierda vive doña Mercedes
Espinosa, viuda de un coronel. Es una mujer del.
gada, esbelta, de porte distinguido y facciones tan
puras, tan delicadas y tan finas que, a pesar de sus
años—alrededor de los cincuenta—, daría gusto mi-
rarla todavía si no fuese porque se pinta de tal
modo que la infeliz ya hecha un mamarracho. Pare-
ce increíble due ella misma se pueda contemplar en
el espejo sin echarse a reír. Tiene una hija de vein-
ticinco años que se pinta de la misma manera, aun-
que en ella disimule algo más por el brillo natural
de la piel y la frescura de li juventud, Las dos
pasan el día zascandileando en la calle. Por las ma-
as
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