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ñanas una asistenta les prepara el desayuno, les avía
la casa, les hace la comida y les deja en invierno al
amor de la lumbre, y si es verano, en la [resquera,
una jarra de leche, que ellas después se llevan a la
alcoba para tomársela a media noche, cuando les
despierta la debilidad. No cenan nunca y 85 natural
que no lo hagan, porque cuando vienen a recogerse
traen el estómago repleto de fiambres, bollos, pas-
teles o mariscos, según lo que haya constituído la
merienda del día. A las dos les encanta la vida de
café. Tienen varias tertulias, todas de hombres
solos, con las que van alternando sucesivamente,
único modo de no comprometerse con excesivas
confianzas ni dar motivo a due se las tache de go-
rronas, ya que, tratándose de tertulias de hombres,
lo natural es que cuando llegue el momento decisi-
vo de llamar al mozo no las dejen pagar. De esta
manera la vida les resulta barata, y pueden dedicar
a perifollos, composturas y afeites lo que destinarían
a manutención. Como todas las mujeres flacas y
larguiruchas, son muy aficionadas a caídas, picos,
colgajos, cabos sueltos y adornos vaporosos y flo.
tantes, que a ellas se les antoja el sumo refinamien-
to de la elegancia y el buen gusto. Generalmente
la madre viste de negro; la niña de colores rabiosos:
amarillo canario, azul celeste, encarnado amapola o
¿grana carmesí. En casa, las escasísimas horas que en
ella permanecen van sin medias, calzadas con pan-
tullos y envueltas en unas batas transparentes a
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