—No se molesten ustedes—dijo Consuelo en
tono que no admitía diseusión—=nos vamos solas.
Pasaba un taxi; le llamaron y cuando los estu-
diantes quisieron recordar las dos estaban dentro.
—Adiós—les despidió Consuelo desde la venta-
nilla—. Que ustedes se diviertan mucho.
—¿Hasta cuándo? — preguntó Salazar desde la
acera.
—Hasta el valle de Josafat.
Teresita, que venía haciendo esfuerzos sobrehu-
manos para reprimir su congoja, no pudo contener-
se por más tiempo y sollozó con la voz turbia y
los ojos empañados de lágrimas:
—¡Pero has visto, mujer!
Consuelito sentenció convencida:
—Siempre te dije, por las cosas que me conta-
bas de él, que ese chico era un fresco.
Teresita buscó una explicación.
—Lo que ha ocurrido es que le has gustado más
que yo, porque tú eres más guapa.
La otra protestó vivamente:
—No, rica; nada de eso. Lo que ha ocurrido es
que tú has hablado más de lo que debías; te has
ido de la lengua, y él ha creído que por ser yo una
mujer casada, y mal casada, iba a resultar más fácil,
y sobre todo con menos compromiso que tú. Ni
más ni menos. Eso ha sido lo único que ha pasado,
A los hombres les gusta divertirse, pero no quieren
comprometerse.
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