A GS
Pd
—Como usted lo oye. Di no lo tomara a pre-
sunción le contaría una cosa.
—Digame.
—Fl otro día me fuí con una muchachita de
diez y nueve años, y ¿sabe usted lo gue me dijo?
¿Qué?
—Me dijo que los chicos de ahora no sirven
para nada y que somos nosotros, los hombres
hechos y maduros, los únicos que sabemos satisfa-
cer las ansias materiales y espirituales de una mujer
exquisita.
—¡Caray!
—Hso me dijo.
—¿Y cuánto le costó a usted esa amable decla-
ración?
—Nada. Absolutamente nada. Si es ahora cuan-
do las mujeres no me cuestan dinero. Esta era una
chica decente, hija de familia. Fué casi ella quien se
me declaró.
—¡Pero, hombre!
—Muy curioso. Verá usted. Iba yo por la calle
de Alcalá...
Tres amigos en la puerta de un bar. El más jO-
yen, tendrá apenas veinticinco anos; el otro andará
por los alrededores de los treinta y cinco; el tercero,
seguramente, pasa de los cuarenta.
—Es asombroso.
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