do a ellos se les antoje. Eso es el matrimonio.
—No, Marujita, no; el matrimonio es algo más
que eso: es la familia, son los hijos.
—No me hable usted de la familia. La familia
no sirve más que para dar disgustos. Los hijos...
ópara qué quiere usted hijos? ¿Para que cuando
sean ¿randes, si son hombres, los maten en la gue-
rra y si son mujeres las engañe un granuja?... ¡Quite
usted, por Dios, nada de hijos! Yo no quiero hijos.
—Ya me lo dirá usted el día que se enamore.
—¿Y o? Me parece que va para largo. Mire usted,
Antonio, voy a serle a usted franca. No creo en
el amor. Hasta ahora no he señtido la más pequeña
necesidad de eso que usted llama el amor. El día
que tenga mi posición asegurada y mi vida resuelta,
si me enamoro de tun hombre, es decir, si me gus-
ta y tengo deseo de él, que eso, después de todo,
es el amor, y nada más que eso, me iré con ¿la
sabiendas de lo que hago, por mi propia voluntad,
sin compromisos, ni ataduras, ni matrimonios. Todo
eso pasó. Cuando tenga un capricho me lo pagaré
| l guiré el
como ustedes se lo pagan ahora; seguiré con el en
tanto que me convenga y cuando me canse me-
buscaré otro. Y; entretanto, la vivir!
—¡Qué pena me da, Maruja, oirla a usted hablar
de este modo!
— ¡Naturalmente! Como que iban ustedes muy
bien en el machito, haciendo de nosotras todo lo
due querían, sujetándonos con esas tonterías del
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ms o.