do arte teca crei iadión
Sa A
aci
A
_—..
A A A A O A AI A
ademán de desaliento. El chico se levantaba, Cruza-
ba de puntillas el pasillo hasta la puerta de la alco-
a, se ponía a escuchar por el ojo de la cerradura
y al cabo de un rato tornaba a aparecer.
—No se oye nada. Eso es que está mejor.
Y se volvía a sentar.
Para Amparito lo horrible era la noche. | lasta
que encendía la luz, servía la cena, acostaba a los
chicos y fregaba los platos, bien o mal el trajín de
a casa lograba distraerla y apenas le daba tiempo
para pensar en su padre. Si alguna que otra vez,
contraviniendo las órdenes de Justa, se asomaba a
a alcoba a preguntar por él, recibía invariablemente
misma contestación:
—Fstá mejor. No te preocupes. Cúidate de los
niños. No me los dejes solos.
Lo horrible era la noche. Tenía que dormir con
os mellizos, y esto, que en apariencia no debía
tener la menor importancia comparado sobre todo
con los rudos menesteres del día, constituía en rea-
idad Para la pobre un sobresalto continuo, no por-
que las criaturas diesen guerra, que los angelitos se
a pasaban en un sueño, sino por el temor de ha.
cerlos daño sin querer. Había oído contar que una
Niñera, rendida de cansancio, al duedarse dormida
1o0gÓ a un recién nacido, y obsesionada con tal *
Preocupación no se atrevía a moverse, temerosa de
que, al dar una vuelta, los pillase debajo. Acontecía
además todo esto a finales de junio; hacía mucho
Mr 51 e