vil
Como lo que se aprende bien en la juventud
difícilmente llega a olvidarse después, Antonio
Artá recobró, en pocas sesiones de práctica, la
seguridad, dominio y soltura que había tenido
en cosas de equitación.
Después de gestiones, no demasiadamente
laboriosas, y de un corto viaje a París, pudo ad-
quirir en precio equitativo un par de caballos
de silla del tipo, edad y educación que él necesi-
taba al objeto de no hacer mal papel al lado de
Lucy. Y cuando, todo en orden y al alcance de
su mano — tras de haberse preparado a fondo
en unos cuantos días — informó a aquella de
que ya estaba en condiciones de poderla acom-
pañar, convinieron en reunirse en Somontes,
hermosa finca de campo del Marqués de Beire
cercana a Aranjuez, en la que se disponía de
una gran extensión de terreno para el adiestra-
miento de jinetes y caballos, provista de todos
los obstáculos que tenían que vencer en el con-
curso y — además — cuadras modernas y lujo-
samente montadas.
AMí envió Artá sus hipógrifos con la ante-