VIII
Al bajar de su casa Alvaro de Prat, re-
cibió recado de Benisa de que fuera a verle. Pe-
netró en seguida en el despacho de aquél, que leía
los telegramas recibidos durante la noche y en
las primeras horas de la mañana, llenos de nú-
meros significantes de las últimas cotizaciones
de valores y moneda en los mercados naciona-
les y extranjeros y, tan pronto como le vió, dí-
jole rápido:
— Juan de Dios ha avisado que está en-
termo.
— ¿Qué tiene? — preguntó Prat, con no
fingido interés.
— No ha dicho nada. Haz el favor de tomar
mi auto, que está a la puerta, y vete a verle.
Y si no ha llamado al médico, avísale tú mismo,
o si lo juzgas preciso, vete a buscarle.
— Pero ¿sabe usted algo más respecto de su
enfermedad ?
— No; pero viene quejándose hace tiempo,
no se encontraba bien anoche y, con lo grueso
que está y su propensión a dormirse, me asusta
cualquier cosa que le ocurra.