142 E. GUTIÉRREZ GAMERO
a quien tanto sacrificó, de seguro decide morir-
se de repente.
Más como las cosas estaban dispuestas de
otra manera, y como no pudo enterarse del
modo de pensar de su amante, en las primeras
horas de la madrugada se agitó en el lecho, lo
que hizo que su hija acudiera junto a ella, y
abrió los ojos asustada, como despertando de
un mal sueño.
— ¡Mamita! —le dijo Susi quedamente. —
¿Me oyes?
— Sí — respondióle la enferma, más con la
mirada que con la voz.
— ¿Te encuentras mejor? ¿'Te duele la
cabeza ?
— Estoy débil. La cabeza la tengo así como
pesada. ¿He estado mala ?
— ¡Bah! No ha sido nada. Sin duda una
jaqueca fuerte. Pero, gracias a Dios, ya pasó
¿no es verdad ?
— Sí, — y como acudieran a su cerebro,
aún dolorido, todas las ideas que estuvo bara-
jando durante aquella noche, tan larga y tan
cruel, que la postró, así como también cuantas
visiones le fué forjando su cerebro enfermo
mientras estuvo en estado de inconsciencia, vi-
siones que se le presentaron con tanta nitidez
como si se reflejasen en la pantalla cinemato-
gráfica, en las que tuvieron realización las pre-