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ENTRE PURGATORIO Y GLORIA — 157
los dependientes, destacados al efecto, y por las
conferencias telefónicas de que iban enterándo-
se por igual medio.
Y ¿qué decir del rito observado por los agen-
tes de cambio, sacerdotes del culto en loor al
que está dedicado todo aquel edificio, ocupantes
por derecho propio de la plataforma situada en
el centro de la amplia sala, los cuales acuden a
las llamadas de los fieles que necesitan de su
augusta mediación, escuchando sus confesiones
apoyados en la balaustrada que separa sus es-
clarecidas personas del vulgo ignaro?
Aquel correr de un lado para otro de los
repartidores de telegramas, en busca de sus des-
tinatarios; aquel agruparse y separarse de los
concurrentes al local, llamándose en voz alta;
aquellos gritos ofreciendo unos sus mercancías
y otros los precios que por ellas pagan, consti-
tuye un espectáculo algo mareante, que no se
explica bien el hombre equilibrado que, por pri-
mera vez, lo presencia. Y, flotando sobre todo
ello, una nube formada por iguales partes, de
humo de tabaco y de polvo en suspensión, en
ingrato consorcio.
Cuando suena el reloj que marca el final de
la jornada, aquiétase un tanto el barullo, aban-
donan los agentes su preeminente lugar, se en-
caminan con majestuosa gravedad al cenáculo
situado en el piso principal, y en él se encierran