182 E. GUTIÉRREZ GAMERO
dejaré de amarla mientras me dure la vida.
— ¡Mi sentencia cruel!... ¿Tan ciego es us-
ted que no la adivina? Yo no sé mentir, ni ocul-
tar lo que siento... Acepto su amor con alma y
vida, y también le diré, sin hipocresías de mujer
coqueta, que me enorgullece... ¿Quiere usted
más? — habló la muchacha con profunda emo-
ción que traía a sus ojos lágrimas apenas re-
presadas, y tendiendo, a la par, sus pequeñas
manos al postulante de amor, que las cogió pre-
suroso entre las suyas.
— ¡Lucy idolatrada! Me hace usted el más
feliz de los hombres — exclamó temblándole la
voz Antonio Artá, y entonces por un impulso
de la pasión que se desborda él y la joven jun-
taron sus labios en un beso inhábil, ligero, fu-
gaz como si fuese un suspiro pero un sello al
fin, de su pacto de amor.
¿Sus proyectos para el porvenir? con muy
pocas palabras estuvieron de acuerdo. Darle la
grata noticia al Marqués, pero con ruego de
que no la divulgara; igual suplica a Antonio, n1
a sus más íntimos amigos. Era un capricho de
niña mimada... Deseaba saborear sus amores
a todo placer, sin los comentarios de unos y de
otros. Quería gozar de la grata intimidad del
noviazgo, tan nuevo para ella. Quería experi-
mentar esa grata convivencia del espíritu entre
dos que se aman; la unión de idénticos cariños;