XIII
La versión que Prat dió del accidente ocu-
rrido era rigurosamente cierta. Al regreso de
Caldetas, bien entrada la tarde, y después de
haber pasado el día en casa del solípedo blanco,
que decía Pepe Gómez, el cual solípedo, dueño
de una torre lindísima, amueblada con fastuo-
sidad, les había obsequiado con largueza no
exenta de buen gusto, un auto que marchaba
en dirección contraria, con los faros encendi-
dos deslumbró al mecánico que conducía el co-
che en que regresaban a Barcelona Magda, Isa-
ba, Marcelo y Gómez; por causa de ese deslum-
bramiento hubo de desviarse de la ruta, al mismo
tiempo que frenaba para detener el coche, chocó
éste con un árbol, volcando después. Los cristales
del lado en que Marcelo venía, levantados para
que el aire vivo no molestase a Magda, se rom-
pieron al golpazo e hirieron al dramaturgo en la
parte derecha del cuerpo, brazo y pierna, prin-
cipalmente, produciéndole las desgarraduras y
cortes que eran de suponer, y gran hemorragia.
Un coche que les seguía detúvose al ver el