XIV
Era cosa sabida de los que conocían íntima-
mente a don Juan de Dios Muñana que, cuando
se quedaba amodorrado en un consejo de los
arios que se honraban en tenerle por miembro
inteligente, en una junta o reunión de cualquier
clase que fuese, era porque de lo que allí se
hablaba no podía sacar sustancia ni utilidad al-
guna, por tratarse de cosa tenida por usual y
vulgar; pero que, en cuanto se deslizaba en la
conversación noticia, palabra o concepto que
pudieran interesarle poco o mucho, abríasele pri-
mero un ojillo, luego el otro, se despabilaba por
completo (si es que en realidad estuvo adormi-
lado), y aquello que hirió su oído no lo olvidaría
jamás. Tanto es así, que los maliciosos dieron
en decir que esos amodorramientos eran cosa
fingida, útiles para no verse obligado a terciar
en discusiones ociosas o molestas, y para apro-
vecharse de lo que, cándidamente, y por supo-
nerle de veras dormido, dijeran los que le ro-
deaban.