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E. GUTIÉRREZ GAMERO
tos viejos, pocos y lejos, como dice el refrán.
— Otro que tal don Álvaro, tu amo, como le
llamas — continuó González después de una bre-
ve pausa. — Á ése le han dado el naipe por creer-
se infalible. Es de aquellas personas con las que
haría uno un magnífico negocio comprándolas
por lo que intrínsecamente valen, y vendiéndolas
por lo que creen valer como dijo el otro. Además,
tengo muy buen olfato, gozo aun de una vista ex-
celente, y me suelo enterar (unas veces adrede y
otras por casualidad) de una porción de cosas
interesantes, que me sirven para conocer a las
personas y clasificarlas en mi caletre. No sabes
lo que aumenta uno en el concepto de los vivos
cuando, con una preguntita inocente — al pare-
cer —o con una observación discreta, hecha a
tiempo, se les deja entrever que está uno al cabo
de la calle de sus combinaciones. Y ese es de los
maqwavélicos, que llevan su juego a la chita
callando, por fuera de aquí para que no nos en-
teremos de lo que tiene, de lo que gana y de lo
que pierde. Por más, que estando tú más cerca
ae él que yo, seguramente has de saber cosas que
tan sólo supongo.
— No crea usted que don Alvaro es hombre
que se clarea con nadie, señor González. Ade-
más es muy desconfiado, guarda cuidadosamen-
te sus papeles, contesta en persona mucha parte
de su correspondencia particular...