ENTRE PURGATORIO Y GLORIA 265
— ¿Sabe usted lo que le digo, Magda? —
preguntóle el galán joven.
— ¿Qué dices, hijo?
— Que me da en el olfato que, a pesar de
los esfuerzos del maestro, la escena de que se
trata no va a ser para Carmita, ni para mí ¡y
somos tres los que la hacemos!
— ¡Bah! ¡cosas tuyas, Pepito! ¡Si apenas
tengo que decir en ella!
— Bueno, bueno. Veremos si los hechos me
van a dejar mal. Soy perro viejo... y conozco
con quien me juego los cuartos.
Y, según lo previsto por el eximio Gómez,
ocurrió que la noche del estreno, Magda, casi
sin palabras, pues el autor no las puso en su
boca para aquel momento culminante, sólo con
dejar ver, bien de cara al público, el efecto que
le producían las que Carmita pronunciaba, con
más dos lagrimones que resbalaron por sus me-
jillas, pálidas por causa de la emoción; sólo con
llevarse una mano al pecho angustiado, y con
la otra atraer hacia sí al galán joven, como para
defender el amor de éste que le querían arreba-
tar, se hizo dueña del público, obtuvo una ova-
ción estruendosa y numerosas salidas al pros-
cenio en compañía del autor que, en justo ho-
menaje al triunfo de la gran actriz, hubo de
soltarse, tras un ligero esfuerzo, de su mano,
quedándose modestamente en segundo término