268 E. GUTIÉRREZ GAMERO
— Ya vió usted lo que hizo el público: vol-
verse loco a fuerza de aplaudirla.
— ¿Y a usted no? Pues ¿quién imaginó la
situación de la que yo sólo hube de aprovechar-
me? Nada, nada, amigo mío, crea que la come-
dia está muy bien.
— Pero ¿es que no ha leído usted los perió-
dicos? ¿No ha visto la unanimidad con que
aprecian que el triunfo obtenido se debe a usted,
Magda? Y ¿no comprueba usted mi inmensa
alegría porque todo el mundo lo reconozca?
Cuanto soy, a usted se lo debo pues, desde el
principio, acogió mi labor con cariño y la am-
paró con su autoridad y su prestigio, de modo
que material y moralmente, soy hechura suya —
dijo Marcelo con sincera emoción — ya que por
usted, por su generoso altruísmo, estoy en este
mundo y, por usted también, he alcanzado el re-
nombre artístico que se me concede.
— No hay que exagerar, Marcelo.
— Pero es preciso ser justo. Y ¿qué mucho
siendo usted lo que es y valiendo lo que vale en
todos los aspectos, me complazca en rendirle la
pleitesía a que es acreedora, por su bondad, por
su inapreciable y generosa colaboración, demos-
trada en hechos como el de anoche, en que con
su inmenso talento abrillanta usted mi incom-
pleta labor, dándole el relieve de que carecía?
No, Magda, no exagero al afirmarle que la gra-
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