22 E, GUTIÉRREZ GAMERO
guardia, encontrándose allí con Antonio Artá,
acabado de bajar de su coche, al que despidió.
Marcharon juntos en demanda de la carrera
de San Jerónimo y penetraron en Lhardy, don-
de Álvaro había encargado el almuerzo. Allí so-
lían reunirse de cuando en cuando, pues prefe-
rían la tranquilidad de la afamada casa, al bu-
llicio de los hoteles modernos.
La conversación, cordial y animada, giró —
principalmente — en torno de la obra de Mar-
celo; de la buena acogida que la hizo la crítica
— salvo, como es lógico — dos o tres periódi-
cos (que nunca llueve a gusto de todos), y de la
interpretación que obtuvo, que había merecido
el unánime asenso.
Los tres amigos eran, en su aspecto físico,
bastante diferentes. Marcelo, de regular esta-
tura, delgado, nervioso, impresionable, observa-
dor, más aficionado a escuchar que a expresar
sus opiniones. Álvaro de Prat, que ya se acerca-
ba a los cuarenta, era alto, grueso sin exagera-
ción, rubio y colorado, de figura distinguida,
atildado en el vestir, con más tipo de extran jero
que de español, algo miope, defecto que corre-
gía con un monóculo siempre adherido al ojo
derecho. Excelente conversador y de fácil pa-
labra. Por último, Antonio Artá, algo más alto
que Marcelo, robusto y membrudo, cabellera ri-
zosa y casi blanca, ojos azules, muy moreno, de