38 E. GUTIÉRREZ GAMERO
las de dueño y señor. Todo eso sería ridículo.
— Los mosquitos, como tú dices, han nota-
do, sin duda, la preferencia de Lucy por ti, y
antes de que pegueis la hebra, aislándoos del
mundo de los vivos, levantan el vuelo para no
verse despedidos por ese método indirecto.
— Así lo he creído yo, apuntándomelo como
' un tanto a mi favor — dijo Artá. — Mas viene
luego cualquier detalle a demostrarme lo que en
realidad soy para ella, es decir un amigo con el
que se charla a gusto porque es menos insubs-
tancial que... los mosquitos.
— Bien, Antonio; pero enséñame aunque
sólo sea la sombra de uno de esos detalles que
h dices, para que pueda apreciar la justicia de tu
desánimo.
— Vaya uno, como ejemplo. Estábamos ano-
che en uno de esos apartes tan simpáticos, cuan-
do llaman a Lucy por teléfono. Acude al punto
y, por lo que oí, tratábase de una invitación para
una partida de sky hoy en la Sierra. Aceptó,
Ñ convino la hora en que había de estar en el cha-
let del Club alpino, y desaparecí como por en-
salmo de su existencia.
— ¡Poco que se reirían entonces tus rivales
los mosquitos!
— ¡A veces creo firmemente que soy uno
y de ellos!
— ¡Bah! No seas pesimista. Por lo que me