60 E. GUTIÉRREZ GAMERO
— preguntábale Marcelo cuando fué a su cuar-
to, una vez concluída la representación y ella
dispuesta ya para marchar a su casa.
— ¿Por qué lo pregunta?
— Porque me ha parecido notar que no está
usted tan alegre y tan contenta como otras ve
Ces... y como quisiera verla siempre — díjole
Riopar, al par que la miraba cariñoso y ena-
morado,
— Sí; efectivamente. Estoy nerviosa y dis-
gustada. No le he gustado al público en esta
obra. Me he quedado atrás en vez de dar un paso
hacia adelante...
— ¡ Vamos, Carmita, no sea usted niña! ¡Si
está maravillosa! No cabe más en cuanto a finu-
ra, matices, delicadeza... ni es posible más per-
fecta compenetración entre la actriz y su pa-
pel... Y no soy sólo quien lo dice; es toda la
prensa, incluso los críticos más exigentes y más
descontentadizos. Puedo asegurarle que a nadie,
dentro ni fuera del teatro, le he oído la más leve
censura que, además, de haberse producido, ¡ se-
ría estúpidamente injusta! — aseguró, con fue-
go, Marcelo.
— Todo lo que usted quiera, amigo Riopar;
pero nadie mejor que el que está en escena para
apreciar el efecto que produce, y si tiene o no al
público de su parte... y ahora no ha estado
conmigo.