v
Sonó el timbre de la puerta de la calle con
un repiqueteo especial y Alvaro fué a abrir
bien seguro de quien era. Entró Claudia de prisa
quitándose el sombrero y los guantes y, una vez
en el gabinete, se despojó del abrigo y púsose a
retocar los rizos frente al espejo que había en
la habitación. Una vez cumplido ese deber de
coquetería, se acercó a Alvaro que, cariñosa-
mente, la cogió una mano, se la besó y, tirando
del brazo de Claudia, hizo que se sentara muy
cerca de él,
— ¡Cuánto has tardado hoy! —le dijo.
— ¡No sabes! Me ha entretenido un sinfin
de tiempo la modista, pues había, antes que yo,
una vieja pesada que no concluía nunca. Estaba
consumida, sabiendo que me estabas esperando,
y lo mucho que tienes que hacer a estas horas.
— Todo será llegar al Banco un poco des-
pués. Ya están acostumbrados a que no aparez-
ca por allí hasta las cinco y media o las seis. En
cambio soy el último en salir.
— En fin, ya estamos juntos y tranquilos
en nuestro rincón.