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ENTRE PURGATORIO Y GLORIA 69
quecito, si no en el Paraiso, al menos en el pur-
gatorio.
Pero no era tarea fácil la de cortar con
aquella mujer, ciegamente enamorada de él, a
la que — además — debía inmensa gratitud,
pues a su constante y pertinaz labor debió en
gran parte la posición adquirida en la casa de
banca. Todavía no le reintegró la totalidad de
la suma prestada por ella, y tal era un punto
que pesaba algo más que el de la gratitud en el
ánimo de Alvaro, no porque le fuera imposible,
ni siquiera difícil, sino más bien por haberse en
cariñado con esas cantidades que, en el fondo,
consideraba como perteneciéndole de derecho.
¿No venía guardando a Claudia una fidelidad —
claro que muy relativa —desde hacía tantos años?
¡Romper! Y ¿con qué pretexto? Si no se
tratase de la mujer de su colega y pudiera Al-
Varo cortar, de un golpe, todo trato con ella y
con quienes la rodeaban, santo y bueno. Pero
¿cómo dejar de ir a casa de Claudia cuando era
asiduo a ella desde tantos años? ¿Cómo explicar
ál marido ese cambio de actitud? Imposible.
Y en cuanto a espaciar los furtivos encuen-
tros con pretextos más o menos verosímiles y
eSpeciosos, tampoco resultaba muy hacedero,
dado que ello producía explosiones de celos que
7 €so era lo peor — requerían luego vehemen-
tes reconciliaciones.