128 MAURICIO LÓPEZ ROBERTS
-—Se llame como se llame—siguió Inés—-, es el
hombre más guapo del mundo y me casaré con él
pára el invierno. Andar, dejadme aquí sola, no me
hacéis falta— y las empujó hacia adentro, quedán-
dose junto al balcón, encarada con el misterioso
adorador.
Irene y Almudena tuvieron que resignarse a
aquel ostracismo. En sus comienzos intentaron salir
de él, hablar a Inés, pinchándola con chirigotas y
bromitas, pero fué inútil, la enamorada no las oía,
no se percataba siquiera de que sus amigas estaban
a dos pasos de ella, lan absorta y conquistada te-
níala el amor.
En cortos, breyísimos instantes Inés perdió toda
moderación y pudor. No se contentó ya con mirar
a su incógnito cortejo al través del visillo, como
hizo en los comienzos, sino que alzó intrépida la
muselina y se mostró francamente al cristal, a fin
de ver y ser vista sin velos importunos. Al princi-
pio estuvo seria y adoptó la actitud indiferente de
una persona aburrida que mira por el balcón a
falta de otro entretenimiento, mas esta ficción nO
duró arriba de diez minutos, y pasado este tiempo,
Inés empezó por sonreir un poco y como a desga-
na, luego acerituó más la sonrisa, mostrando la luz
de los blancos, menudos dientes en apariciones
fugitivas, y al fin rió abiertamente e hizo gestos y
ademanes, estableciendo comunicación con la calle
primi-
a hora.
por medio de una telegrafía rudimentan
tiva. Todo esto sucedió en poco más de;