16 MAURICIO LÓPEZ ROBERTS
nónigo afirmaban bajo juramento que dona Do-
mitila sólo buscaba las novenas de apreturas y las
misas de empellón, y que allí tendía la detestable
red de sus voluptuosos artificios, pescando a peces
gordos, señorones de gran devoción y bolsa bien
provista, tal vez no fuese esto cierto, por lo menos
del todo, y quedándose en un justo medio, se puede
pensar que si bien doña Domitila no buscaba la
ocasión, cuando la encontraba, tonta sería de des-
preciarla por el solo Hecho de que se la presentase
en la iglesia, la que ya es sabido amparó siempre a
las viudas necesitadas.
Fué doña Domitila quien puso en relaciones a
los Jesualdos con las monjas de la Santa Voz. La
viuda, a fuerza de ir de iglesia en iglesia, conocía
muchos eclesiásticos y servíales a veces de recade
ra y emisaria, llevando y trayendo noticias. Como
sus devaneos, si los había, eran todos tan discre-
tos, ninguno de sus devotos amigos tenía escrúpu
lo en usar de los buenos oficios de la capitana, y así
ésta resultaba ser como una mediadora, como una
mística Hebe que servía de mucho a varios dioses
menores del olimpo eclesiástico. Doña Domitila
estaba énterada de las testamentarias que pagaban
las misas a duro, sabía por qué causa y motivo, tal
o cual señora sufragaba una novena y si el predi-
cador Fulano iba a subir sus precios, después del
éxito obtenido en su último sermón de mandato.
En suma, la capitana era como una ampliación
más sabrosa e interesante del Boletín Diocesano, y