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EL VERDADERO HOGAR 183
do, quitando las arrugas y los pliegues. Mientras
lo hacía, Almudena miraba el áspero papel. Era
de color de tierra, duro, espeso, veteado por ráfa-
gas más claras; estaba lleno de fibras visibles €
hirsutas, que surgían de la pasta, cual hierbas en
un arenal. A un lado negreaba una mancha 0scu-
ra, misteriosa, puesta allí como un sello.
Almudenita siguió planchando el papel. En su
pensamiento se iba precisando poco a poco la idea
vaga que la acometió aquella tarde, Era como una
sombra que creciera, que se iba haciendo señora
de su espíritu. Sin poder aún ver claro en sí mis-
ma, notaba hacia aquel cuarto, hacia la casa toda,
hacia el novio distante y hacia la madre próxima,
como un desvío, como la indiferencia cansada que
al cabo de algún tiempo, concluida la novedad del
cambio, sufren los que trocaron una vida sedenta-
ria por la agitación de los viajes. Sin saber por qué,
echaba de menos otros muros, otras casas y Obras
voces, que la guardaron años y años, que la ha-
blaron, que la dirigieron cuando su espíritu era aún
como cera blanda, dócil a toda presión.
Desde la cocina llegó la yoz agria de doña Jesual-
da, riñendo a la sirviente que contestaba también en
áspero tono. El papel estaba ya' estirado y la mano
de Almudena lo planchaba aún, luego, quedó in-
móvil sobre el tapete, abandonada y pálida como
la mano de una muerta. La lámpara arrojaba toda
su luz sobre ella y en lo alto, medio en sombra,
el rostro de la muchacha se esfumaba, pensativo,