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EL VERDADERO HOGAR 193
al cuerpo de Gracián, hundiendo en la tela de la
americana su dulce y tibia redondez. ¿Por qué pasó
aquéllo, Dios misericordioso? ¿Por qué la capitana
escogió a Gracián para ensayar en él la fuerza pe-
cadora de sus encantos? ¿Por qué lo vió Almude
na? ¿Por qué lo sentía y dolíase de ello como de la
injuria mayor?
Pensó Almudena entonces que lo sucedido era
injusto a todas luces y que ella tenía derecho a
quejarse de una vida que la proporcionaba tales ra-
tos. Nunca sintió lo que al presente, ni pensó jamás
que la sucedería cuanto la estaba ocurriendo. El
mundo, pues, era traidor, era malo, era indigno
de vivir en él.
Un horror, un asco invencible del mundo y de
la vida, se apoderaron entonces de Almudena. Su
espíritu: sencillo y pueril, que pasó bruscamente
de las ninerías inocentonas de Santa Voz, al contac-
to de la realidad, se rebeló contra la injusticia del
primer desengaño, la engrandeció, la agigantó,
haciéndola semejante en amargura y tristeza a
las más célebres traiciones de los ingratos hom-
bres, y Almudena, exhumando los recuerdos de
las varias historias aprendidas en el convento, se
comparó rápidamente con Abel asesinado, con
José vendido, con Juana de Arco en la hoguera y
con Napoleón en su destierro, pues pensó que el
suceso del codo la equiparaba con las grandes víc-
timas de la falsía humana.
Geveralizando, arrojó entonces el horror de lo
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