18 MAURICIO LÓPEZ ROBERTS
zos legales, los Jesualdos adquirían la propiedad
definitiva del suculento botín, quedando muy agra-
decidos a la capitana, que les había llevado aquel
maná.
Así fueron adquiriendo los prestamistas bastan-
tes objetos que para el curioso investigador arro-
jarían alguna luz sobre la situación social de los
amigos momentáneos de doña Domitila. A raíz de
la pérdida de las colonias, abundaron las ricas ca-
ñas de India y los bastones de pulido manatí, con
sus puños de oro cincelado, También llegaron a la
tienda finísimos panamás y piezas de transparen-
tes holanes y nipis. Tabaqueras y pelacas de fili-
grana manileña y broches de gordos aljófares y de
toscas esmeraldas ocuparon su sitio en los cajones
de la tienda. Después de este último esquilmo de
las generosas islas tropicales, doña Domitila pare-
ció espigar por otros campos y la cosecha fué más
varia,
Alguna vez caía en casa de los prestamistas algún
gordo anillo con enorme amatista, algún pectoral
muy rico O ternos espléndidos de rasos y sedas lu-
cientes, donde se aplicaba la magia de los bordados
litúrgicos, todos vendidos por ávidos sobrinos de
prelados difuntos. Luego, de pronto, venían trajes
de señora, muchos trajes, elegantísimos, trayendo
entre sus pliegues los aromas misteriosos y tristes
que exhalan Jos adornos de las muertas jóvenes.
Vendiánlos a veces los mismos viudos, que al liqui
dar con un pasado de ámor- sacaban de la liquida-
E