os
EL VERDADERO HOGAR 19
ción lo preciso para ir olvidando las penas en com-
pañía de doña Domitila, o de otras consoladoras por
el estilo, que llenan análogas funciones caritativas.
Los Jesualdos aceptaban todo aquello con marcado
reconocimiento, y únicamente una vez manifesta-
ron a la capitana algo de extrañeza, Verdad es que
el caso merecía algún repulgo, no por el hecho en
sí, sino porque señalaba una interrupción en las
costumbres de doiva Domitila, una algarada por
tierras que hasta entonces no parecía haber pisado.
El caso fué que una tarde la viuda aparecióse
por la tienda y exhibió a los Jesualdos un esplén
dido traje de torero, calzón y chaquetilla de raso
malva, bordado y rebordado de oro. Una botona
dura de brillantes muy gruesos traía también doña
Domitila y, además, un reloj de oro con una ca
dena como un calabrote, que sostenía un áncora
de esmeraldas. Los Jesualdos quedaron al pronto
atónitos ante tanta riqueza, pero luego reflexiona-
ron un poco y no pudieron menos de dirigir a
doña Domitila alguna reflexión sobre aquellas pre
seas. Bueno fuese que la capitana trajese a la tien-
da los despojos de las colonias y el botín de las
sacristías, pues todo ello era, al fin y al cabo, fru-
bo de industrias reposadas y discretas que disimu
laban sus beneficios, sin alborotar a nadie: pero
aquel traje, aquellos brillantazos, el reloj y su col
gante, que parecía una anela de verdad, tan gran
dote era, resultaban escandalosos. Lamentable en
contraban los Jesualdos que doña Domitila fre-