EL VERDADERO HOGAR 251
oir nada de cuanto se decía, sollozaba sin consuelo.
—-Y eso, ¿eso no te mueve el corazón? Yo, mis
pesares pasados y los nuevos que tú me des, pueden
importarte muy poco, pero esa pobre mujer que
ahí se esta deshaciendo de pena ¿no te dice nada?
¿No te remuerde ya la conciencia y te dice que
serás una mala hija si dejas a tus padres, para que
concluyan la vida viejos, tristes y solos, sin tener
nadie junto a sí, que cierre Jos ojos al último que
se vaya?
Almudena miró a doña Jesualda sollozante y a
la que Inés atendía. Ante la muchacha, doña Tora
esperaba erguida, brillantes los ojos, siempre en-
vuelta en el negro lanoso mantón. Los labios de
Almudena temblaron un momento; sus dedos pren-
dieron otra vez las cuentas del collar, moviéndolas
inquietamente.
—No sé por qué piensa usted eso... Mis padres
me podrán ver, podrán hablarme y estar conmigo
muchos ratos, todos los días; la regla de Santa Voz
DO es severa...
-— Te quieres engañar a ti misma. La regla no es
severa; pero tú marcharás de aquí donde viven tus
padres, y te mandarán lejos, a un convento distan-
te, le donde no podrás salir más que si te dejan...
Y tendrás tan muerto el corazón, que cuando sepas
que tu madre está enferma y que se muere o se ha
muerto, sín que tú la asistas, no dirás nada, no
sentirás nada, pues todo habrá pasado lejos de tu
vida, en el otro mundo, en el otro planeta del que