24 MAURICIO LÓPEZ ROBERTS
aquellas monjas, a quienes el furor demagogo de
masones y republicanos arrojara de la dulce Fran
cia, unas mujeres ásperas, ni en demasía estrictas,
ni tampoco comineras y minuciosas hasta la chin
chorrería, como sucede a otras religiosas de aquen-
de el Pirineo. Las madres de la Santa Voz, al fin
y al cabo, y pese a los socialistas y asus furores,
eran francesas y como tales poseían el arte incom-
parable de presentar y vender su mercancía con
gracia sin igual, don que es tal vez el más grande
que tienen los gabachos. La mercancía, en este
caso, era la educación, y para obtener el mejor ¿de
éxito en su negocio, las damas de la Santa Voz
desplegaban seducciones muy semejantes a las que
usan sus cempatriotas las modistas, cuando vienen
a España en primavera y otoño para encajar a las
infelices españolas las galas de la estación. Había
que oir a las madres convenciendo a algún clien-
; te rehacio, de lo precisas que serían a.su niña las
llamadas clases de adorno, piano, dibujo, pintura, dr
bordados artísticos, etc., que eran las más caras.
La madre Dalila se encargaba de tales negocios.
Generalmente, la niña objeto de la discusión asis-
tía al suceso. Todo pasaba en el locutorio, pieza
ancha, de altísima techumbre, muy alegre, bien
alfombrada, y con vieja sillería de damasco violeta,
que por su estilo peculiar la hacía semejante al sa-
lón de un obispo.
La madre Dalila, para convencer a aquellos
padres desnaturalizados que no creían con la fe su-