EL VERDADERO HOGAR 20
ficiente en las dotes artísticas de su prole, les habla-
ba suave, arrastrando un poquito las erres:
—¡0Oh, sí, sí señor; esta niña siente mucho la
música!... Es lástima no se animen ustedes a que
siga el curso superior de solfeo...
Los padres se consultaban con la vista. Mientras
tanto la madre Dalila había atraído hacia sí al tier-
no objeto de aquel discurso y pasándole un. brazo
por el cuello, lo apretaba dulcemente contra sí,
cual si lo defendiese de un posible ataque por par-
te de aquellos seres feroces que no se decidían a
pagar las cincuenta pesetas extra que costaba al
mes el curso superior de solfeo.
—Mire usted, madre —respondía la de la niña,
a quien no intimidaban tanto las tocas como a su
esposo—, no la diré a usted que la niña no sea afi-
cionada a la música y hasta con disposiciones, pues
tiene a quién salir. La pobre de mi mamá, que en
paz descanse, cogía de oído todo lo que tocan los
órganos de manubrio..., pero, francamente, esa
clase nos resulta un poco cara.
La madre Dalila, apretujaba un poco más contra
sí á la víctima de tan inconcebible avaricia y luego
hacía un ademán parco, discretísimo, el gesto de
una persona pudiente a quien se le habla de mise-
rias irremediables y para ella desconocidas.
-¡Oh, señora...! —hablaba después del ade-
mán— , no es cara... La madre Deogracias, que es
la maestra, fué discípula en París de la célebre
«madame Delafosse», profesora de solfeo de la em