EL VERDADERO HOGAR 09
rrada bajo la mole de piedra. Fué aquel un mo-
mento inolvidable. Guando pasó el susto, las chi-
cas decidieron que Santa Agueda, agradecidísima
a sus adoradoras, las había favorecido ya con un
milagro.
Aquella misma tarde hubieran querido las de
votas de la milagrosa estatua, encenderle velas y
adornarle con flores, mas no pudo ser, porque el
recreo tocaba a su fin. Había, pues, que esperar al
jueves siguiente, dado que el asueto diario era cor
to y, además, se realizaba en el gran patio central
del palacio. Pero esta dilación no fué contraria al
naciente culto de Santa Agueda. Al revés. De chi-
ca en chica corrieron las noticias del milagroso
lance de su encuentro, de la extraordinaria hermo
sura de la efigie y de los particulares diversos que
acompañaron los primeros cultos celebrados en su
honor. La imaginación de las niñas, exaltada con
semejantes cosas, no reconocía ya freno, y así fué
que, al llegar al jueves siguiente, poco a poco y de
modo sigiloso;, las educandas se fueron alejando de
la monja que las guardaba y que absorta en la de-
vota lectura de un libro piadoso, no se percató de
que se iba quedando sola. En tanto las chicas des-
aparecian y de paso, camino de la choza, cada cual
arrancaba una flor, una rama verde, un puñado
de hojas para llevarlas en homenaje a la mártir
siciliana. Excusado es decir que la Virgen de Lour-
des se quedó sin un cirio.
Cuando la madre Agustina, que era la guardia