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EL VERDADERO HOGAR 55
decidida y resuelta. Al oir el relato de la madre
Agustina, la superiora arrugó la frente. ¿Qué cosas
la contaban? ¿Qué diablo, ni qué niño muerto? Las
chicas estarían escondidas, maquinando alguna tra-
vesura, Había que buscarlas en seguida, pero en
seguidita y no quedarse todas como unos pasma-
rotes, sin saber qué hacer, ni qué decir. Y dando
ella misma el ejemplo, echó por un sendero, se-
guida de las demás monjas, andando todas sin rui-
do, con sus zapatones de fieltro, pasando silencio-
sas bajo las altas ramas hojosas de los árboles. Así
anduvieron algún rato sin ver, sin escuchar nada,
hasta que al fin en la revuelta de un camino, des-
cubrieron un cuadro que las dejó a todas, incluso
a la superiora, estupefactas e inmóviles.
La choza donde guardábanse los viejos útiles del
jardín tenía la puerta abierta y en el hueco se mos»
traba una blanca figura, desnuda y sonriente. Ante
el idolo ardían muchas velas, altas y bajas, gran-
des y chicas, cirios apenas comenzados, cabos ago
nizantes que lucían a ras del suelo y las llamas
oscilaban al leve viento de la tarde, sobre un tapiz
de flores, de hojas, de ramos verdes, frondosos. Y
separadas de la estatua por aquel espacio ardiente
y aromático, todas las niñas del colegio estaban de
rodillas, rezando estáticas, alzando sus manos pu-
ras y sus ojos cándidos, a la ninfa pagana que ante
la adoración, parecía erguir el esbelto cuerpo airo-
so, donde las llamas de los cirios, al temblar, ha-
cían fluir reflejos rápidos, ligeros estremecimien-