84 MAURICIO LÓPEZ ROBERTS
Samuel tuvo que escapar a uña de caballo, y en
medio de una horrible tormenta, por los desfilade-
ros del Guadarrama. Se puso como una sopa, le
entró un calenturón terrible, hubo de refugiarse en
una choza abandonada y allí se murió como un
perro, sin que nadie le asistiese ni cuidase. Cuando
ya llevaba una semana difunto, lo encontraron
unos leñadores y cargándolo en un serón, lo lleva
ron a Riofrío, que era el sitio más próximo. Allí lo
iban a enterrar, a todo escape, sin más averigua-
ciones, pues el infeliz hedía y no era cosa de que
la peste se presentase en el pueblo, cuando se le
ocurrió al Alcalde mirar en los bolsillos del difun-
to. Encontraron una cartera con papeles, señas,
etcétera, pudiendo así el Alcalde, que era hombre
prudente, escribir a don Benigno Bueno, y darle
la noticia del fin y entierro de su hijo don Samuel,
quien, según la carta: « Murió de un mal».
De otro mal sucumbió a poco el pobre don Be
nigno, pues ya estaba herido de muerte desde la
desaparición de Micaela, y no necesitaba gran cosa
para irse al otro barrio. Como era el buen señor
tan discreto y poco amigo de molestar, una noche
se puso malo, y a la noche siguiente estaba entre
cuatro velas. Los médicos dijeron que fué una pul
monía fulminante la causa de tal desgracia, mas
doña Tora, que, sin conocimientos médicos, sabía
bastante del mundo, se confesó a sí misma, muy
bajo y con horrible vergienza, «entre sus tres hijos
le
han matado».
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