Full text: La olla grande

106 E. GUTIERREZ-GAMERO 
de don José María; al instante se lo presentó a su mu- 
jer, no sin advertirla primero el partido que se podría 
sacar del lanazas que se les entraba por las puertas; 
Carlos Portales quedóse pasmado ante la belleza sin- 
gular de la señora de Orioles, que le concedió el núme- 
ro de dulces miradas y tiernos suspiros suficientes 2 
que perdiese la chaveta, y cátate al joven inflamable per- 
didamente enamorado de aquella mujer tan sugestiva 
como peligrosa. 
Desde el punto y hora de las ilícitas relaciones de 
Jacinta y Carlos, que merced a la cortedad de vista de 
Serafín vinieron a escape, reinó abundancia lujosa eN 
la conyugal morada, y hasta una apacible calma hubie- 
ra reinado también, a no ser porque las necesidades del 
marido, crecientes a medida de la facilidad en satisfa- 
cerlas, daban ocasión a escenas tremebundas entre Orio- 
les y su mujer, temerosa ella de que el desdichado 
amante se cansara de las frecuentes socaliñas, aunque 
siempre cediendo a las exigencias del insaciable, a quien 
tomó un miedo cerval creyéndole con alma para come- 
ter cualquier desaguisado. Mientras tanto el mancebo 
muy ufano de su conquista y recatándose de Serafín, 
que con esmero cuidaba de que el joven tomase po! 
cándida ceguera su voluntad permitente, ni sospechaba 
siquiera el temporal que se le venía encima. 
Transcurridos unos cuantos meses de esta inmoral 
comandita, comenzó Jacinta a sentir síntomas premo- 
nitorios de seguro alumbramiento, que si a ella le con- 
trariaron, a su marido pareciéronle felices anuncios d€ 
inacabable explotación ; porque si antes el infeliz explo- 
tado daba de sí cuanto Jacinta le pedía, ahora, con
	        
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