124 E. GUTIÉRREZ-GAMERO
ÓN
escogidas palabrotas que son ornato y gala del vocabu-
lario español.
— ¡Usted tiene la culpa de todo, don Teodoro del dia-
blo... re... diez y re... veinte! —me dijo en el colm0
de la ira.
— ¡Cogollos! — repuse, sin poder reprimir esta in0-
cente interjección agrícola que me vino a los labios po!
obra de contagio.
— Usted, que debió pactar con aquel tunante, no sólo
su alejamiento de España, sino también el de la perdida
de su mujer — continuó furibundo...
¿Quién iba a hacer caso de aquella butada (esta pala-
breja la he leído ayer en un libro de un chico modernista
que promete mucho) tan por fuera de la justicia y de la
razón? Me limité a atusarme la patilla izquierda y M*
cosí la boca por no dar a mí ilustre jefe la contestación
que merecía. Y aún me esperaba lo mejor, o sea mi plá-
tica con Carlitos no mucho después de las voces 0
su papá.
— ¡Yo creí que era usted amigo mío, don Teodoro,
y veo que no lo es! — díjome poniéndose frente a Mi,
ceñudo y sombrío, habiendo antes tomado la precaución
de cerrar la puerta para que nadie nos oyese.
— No sé por qué me dice usted eso — le contesté tra5
una breve pausa que hube de emplear en el examen de
aquel rostro, del que iban huyendo los colores, y cas!
compadecido del hombre joven que pudiendo conserva!
la vida, en medio de todos los recursos que el dinero da
para robustecerla y prolongarla, se empeña en su de-
rroche como si tuviese muchas que gastar.
— Porque conozco — continuó, —la entrevista qué