LA OLLA GRANDE 3)
co
Ne, El Cajero dispone de otro para las operaciones de
aánca y Bolsa.
— ¿Y tiene mucho dinero en esa cuenta particular?
— volvió a preguntarme la Puri, con mal disimulado in-
terés,
— Hay alternativas. Unas veces poco y otras mucho.
£pende de las transferencias que a esa cuenta hace la
Caja — respondí escurriendo el bulto a la curiosidad in-
“screta de la joven.
— No comprendo — insistió, — la razón de tener dos
Cuentas.
. —Yo sí. Será con objeto de que no aparezca en los
libros de la casa el detalle de las cantidades que gasta...
¿Cómo va a poner, verbigracia, “cien mil pesetas para
ña Purificación García, por su bellísima cara”? — re-
Puse sonriéndome.
— No es eso lo que me preocupa, amigo Doro.
— ¡Es natural!
— No sea usted malicioso. Quiero decir que mis gas-
tos No le arruinarán... ¡Otros son mucho más temibles!
¡El de ahora! ¡Tres millones!... ¡Y a este paso la vida
S un soplo! ¡Una sangría feroz!... ¡No hay fortuna
Me resista ! ¡ Doña Cándida por un lado, Carlitos con su
“Cinta por otro... el afán de aparentar grandezas por el
* Más allá... Vama s, le digo a usted que si a mí me nom-
"Ara su administ radora, pondría coto a tanto desbara-
Juste, liquidaría la casa y abur Bancos, trustes y ju-
Sadas de Bolsa, que no dan más que disgustos y traen
“la pata... Sí, señor, mala pata...
Esta frase grosera de mala pata, que los purpurinos