170 E. GUTIÉRREZ-GAMERO
A
padre, conociendo al novio por su reputación de busca-
vidas, prohibió a la niña no sólo el trato con la mal-
quesa, sino también, y muy rotundamente, sus relacio-
nes con el joven. Hubo llantos y desmayos. La hermana
de Carlos declaró que, o se casaba con el elegido de SU
corazón, o se metía monja... Don José María quiso pe-
garla dos pescozones —¡y si no se pone delante doña
Cándida se los gana — y... en fin ¡una atrocidad!
— ¡Bah! ¡Tempestades de verano! Por fortuna Cla-
rita es una excelente muchacha, muy buena hija, Y
pienso que la prohibición de su padre y los intentados
pescozones la habrán obligado a despedir al novio —
dije con mucha calma, para que Jacinta me contara
cuanto supiese,
— ¡¿¡Despedir al novio? ¡No la conoce usted! En
esta gente de Portales entran las pasiones con una fu*tl-
za atroz. ¡Ya ve usted a Carlitos! ¡Pues no digamos
nada del autor de sus días, que a sus años está hecho
un melón con esa Puri, que es una indecente cocota que
se la pega con un chulo, mitad torero y mitad tratante
en bestias.
— ¿Y por qué no toma Carlitos mano en el asunto
y le ajusta las cuentas a ese Contrueces? — exclamé
indignado.
— ¿Carlos? ¡Sí! ¡Bueno está el hombre para disgus-
tos! Ya tuvo con su hermana una agarrada y ella le
envió a freír espárragos: “Yo no me meto en tus cosas
y no te metas tú en las mías.” Así se la soltó.-- Ya
verá usted cómo el día menos pensado sale Clarita Co?
una atrocidad. y
— ¡Por Dios, Jacinta!... Usted exagera. La señorita