LA OLLA GRANDE 171
Clara sabrá guardar su honor, como cumple a una mu-
Jer de sus prendas morales — atajé nervioso,
— ¡Anda la honra! ¡Fíate de la Virgen y no corras!
¿Usted se imagina que ella y su novio van a casa de
£Sa marquesa a rezar el rosario?
— No niego que haya ido a casa de esa marquesa ;
Pero seguramente después de la filípica de don José
María...
— Sigue yendo de ocultis, bajo la salvaguardia de
la señora de compañía, que es su tapadera. Lo sé porque
Uno de los criados de la marquesa, que es primo del
ayuda de cámara de Carlitos, se lo ha dicho a éste, y
Éste a mí.
— ¿Y también le ha contado a usted que la Puri
Se la pega a don José María con un chulo mitad torero
Y mitad tratante en bestias?
— No, Eso me lo ha contado mi peinado ra, que sir-
Ve también a la Puri... ¡Pero si lo sabe todo el barrio!
¡Si todos los vecinos de la calle del Saúco están ente-
Yados y se ríen del pobre señor!...
En suma, que si dejé las cosas mal, me las encuen-
YO peor. Y ya enterado, por las confidencias de Jacin-
% de lo que más me interesaba, que sumió mi espí-
“tu en un mar de tristezas, faltábame conocer la ver-
dera situación de mi jefe, para darme cuenta de si el
Auxilio por mí traído de La Habana sería fuerte pun-
al que sostuviese el resquebrajado edificio o gota de
“ua en el océano de sus compromisos.
— Eso mismo. Una gota de agua — decíame don
Procopio, con la copita de Ginebra por delante, en un
Café solitario, — Vamos derechos al trueno gordo. Hace