CAPÍTULO XII
UNTAS estáis en la memoria mía, horas por mí fruí-
J das y por mí lloradas, y unas y otras me habréis de
dejar en el alma un sedimento de amargura; las ven-
turosas porque fueron contadas y pasaron presto, y las
tristes porque son las más largas y suelen durar de por
Vida. Y así cuando os traiga al pensamiento, allá en
los seniles años míos, no me daréis concordia en el
ánimo, pues ni supe detener las risueñas ni evitar las
Denosas.
¿Cómo llegó esta última, que ahora me abruma, no
Marcada en mi voluntad ni traída por el deseo?... A
“ontinuación de ella anduve por las calles de Madrid,
Cual si fuera autómata movido por una fuerza que es-
tuviese fuera de mí mismo; hablé y no sé lo que dije;
Produje mi ser activo en las diversas manifestaciones
S Que diariamente le tengo acostumbrado, y no sabré
decir dónde se fijó con fijeza consciente; de tal modo,
Que si ahora me imputaran haber cometido un crimen
durante ese período de tiempo en que perdí el régimen
Y conducta de mi razón, seríame difícil demostrar que
€N él no tomé parte, porque la tela del juicio en que se
Cstampan las ideas era un trapo sucio cubierto por una
Mancha imborrable.
Subo muy despacio los escalones que conducen a mi