202 E. GUTIÉRREZ-GAMERO
presentádome a mi principal; y si de tal suerte un
color se me iba y otro se me venía, achacaríalo Portales
a cualquier cosa menos a sobresaltos por haberle...
— ¿Ha estado usted en la calle del Saúco? — me
preguntó sin levantar los ojos de una carta que estaba
escribiendo.
— Sí, señor — contesté con voz de cínife, si los cíni-
fes tuvieran voz humana.
— ¿Se han puesto ustedes de acuerdo para eso del
hotel? — continuó siempre con la vísta baja.
— Sí, señor — repuse suspirando estas palabras.
— Tengo ganas de que se mude de una vez y de
que no se le ocurran más innovaciones, que cuestan un
dineral. ¿Está usted ?
— Sí, señor.
— Es algo caprichosilla, pero en el fondo muy bue-
na y agradecida; y a usted le estima muy de veras.
Lleve con paciencia sus antojos y procure servirla bien.
— Sí, señor... procuraré servirla bien — dije todo
avergonzado. — Y algo extraño debió notar en mí don
José María (¡era natural!), porque soltando la pluma
y mirándome, me dijo:
— Pero, ¿qué diablos le sucede a usted que habla
como si tuviera espinas en la garganta? ¡Y ahora Se
ha puesto usted pálido! ¿Se encuentra enfermo ?
¿Por qué no se me vino entonces a la lengua la con-
fesión de mi maldad y lascivia, como estuve a dos de-
dos de hacerlo por ese fenómeno de autosugestión que
mueve al criminal a relatar su crimen? ¿De qué modo
conseguí vencer este deseo? ¿Y por qué no adivinó mi
jefe el delito que yo llevaba, sin duda alguna, escrito