208 E. GUTIEÉRREZ-GAMERO Ea
bonos amortizables al cinco por ciento, cuando oigo
una voz que exclama:
— ¡Victoria, victoria! Calahorra tiene un telegra-
ma de Bilbao.
— ¡Calahorra, Calahorra! ¿Dónde está Calahorra
— grita el marqués de Rinconada.
Y al fin llega Calahorra, el adorador más devoto del
marqués — un hombre bajito, con barba blanca muy
recortada, cabeza gorda y piernas flacas — y muestra
un papel azul.
— ¡Que se lea, que se lea! — vocifera el coro.
— ¡Bilbao, quinientos millones! — dice Calahorri
con voz tonante, no sospechada en tan pequeño per-
sonaje.
— ¡Sevilla, sesenta y cuatro! — dice otro.
— ¡Zaragoza, treinta y nueve!
— ¡Gijón, noventa y ocho!
— ¡Valencia, trescientos!
— ¡Y aún falta Barcelona!
Y el espasmo de inquietud por falta de noticias tro-
cóse en desasosiego febril por sobra de dinero.
— ¿Si subirá tanto la ola que al que ha suscripto
veinte millones de pesetas no le tocarán más que tres
cincuenta? — preguntaba don Gesualdo Peraleda todo
mustio.
— Hay que contener la avalancha — interpuso Ca-
lahorra.
— O apretar más las clavijas — corrigió Cañizares
Y para apretar las clavijas a aquella gente, en CU
yos semblantes se reflejaba el afán de la ganancia $0-
bre seguro y el temor de que se les escapara la presás