240 E. GUTIÉRREZ-GAMERO
— Don Teodoro... Yo quisiera pedirle un favor... Y
si me muero...
— No hable usted de morirse — le contesté,
— Me moriría más tranquilo si supiese qué es de
Jacinta... Y si usted fuese tan bueno que lo averi-
guase y me lo dijera.
— Lo averiguaré y se lo diré a usted — repuse para
aquietarle, y con el firme propósito de fingir la indaga-
toria y luego engañarle, pero jamás decirle que Jacinta
y su marido habían hecho las paces y salido de Madrid,
según supe por una carta que el pillo de Orioles me es-
cribió y recibí momentos antes de esta conversación, en
la cual me advertía, para que se lo transmitiese
a don Carlos Portales, que toda tentativa de recobrar
a Jacinta estrellaríase contra la resolución de la joven
de no separarse más de su marido, por quien le había
entrado el amor firme de la esposa fiel.
— ¿Y cuándo me lo dirá usted, don Teodoro?
— Cuando salga y lo sepa — respondíle,
— Pues váyase y vuelva pronto.
— Tiempo hay, hombre. Ahora lo que le conviene
es no pensar en nada que le produzca emociones violen-
tas — le contesté.
— Es que yo no puedo vivir en la duda de si Serafín
habrá maltratado a la pobre Jacinta... Él quería lle-
vársela y quitármela... ¡Quitarme a mi Jacinta!..-
¡Como firmar mi sentencia de muerte!... ¿Sabe usted,
don Teodoro?... ¡Es matarme!... Pero ella no quería
irse con él, porque es mía..., porque nos habíamos ju-
rado no separarnos jamás... Y no me dejará... ¿No €S
verdad, don Teodoro, que no me dejará?