E. GUTIÉRREZ-GAMERO
mos terminado — dijo don Pablo señalándome la puer-
ta y levantándose.
— Piense usted — le atajé, — que si le entregase la
parte de ganancia que le corresponde apenas le basta-
ria para vivir holgadamente, después de pagar sus
deudas.
— Pues que se haga cien pares de gruesas de... Ppa-
ciencias y que se busque la vida como Dios le dé a
entender.
— Esa respuesta es impropia de un caballero.
— ¿Pretende usted darme lecciones de caballería?
— Líbreme el Señor de semejante cosa, Yo no soy
maestro de nada. Soy un fiel amigo de don José María
Portales, que a otro, que también fué su amigo, le pide
un poco de caridad, siquiera por lo que pensará de us-
ted todo el mundo, ese mundo donde ustedes los pode-
rosos se mueven, cuando sepa de qué medios se ha vVa-
lido usted para arruinar a mi jefe.
— Está bien — habló aquel tunante después que
hubo reflexionado unos cuantos minutos, como si mi ar-
gumento del qué dirán le hubiese hecho mella, y mien-
tras yo pensaba que proclamando a voz en grito SU
bellaquería, aún encontrará gentes que le tiendan la
mano y se pavoneen con su amistad.— Para que vea
usted como me porto — continuó, — dígale a su amo
que le señalaré una renta vitalicia de seis mil duros
para que viva.
— ¿Y con eso va a satisfacer a sus acreedores?
— (Que se declare en quiebra.
— ¡Claro! ¡Y que pierda su honra!
— Yo no le he parido.