LA OLLA GRANDE 279
Clarita como un reflejo de todos los delicados tiquis mi-
quis que usted alberga en la suya; y apuesto la cabeza
de cualquier amigo, a que más le place y contenta a
doña Clara un buen rato de holgorio con su don Jua-
nito, que esos deliquios amorosos que se evaporan en el
aire y no llegan a la epidermis carnal, tan exigente
de mimos y lagoterías prácticas.
— ¡Ay, amigo Fineza! — respondíale don Teodoro.
— Usted no conoce aquel dechado de virtud y de ino-
cencia, y por eso se la imagina materialota como las
demás mujeres; y si usted hace apuesta por lo que aca-
ba de decir, yo pongo doble contra sencillo a que si Cla-
rita y su seductor han podido unirse, no han llegado,
ni llegarán nunca, a la dichosa copulación de sus cora-
ZONES.
— Por copulación más o menos no debe usted pre-
ocuparse, amigo don Teodoro — replicábale Fineza. —
Dé usted por pasadas sus desventuras amorosas, y ol-
vide a la doña Clarita, que así se acuerda de usted como
yo de mi quinto abuelo, con lo cual dormirá usted a pier-
na suelta y criará buen quilo; pues en otro caso va
usted a ahilarse y se le secará el seso.
— ¡Ay, amigo Fineza! Yo mucho quisiera poseer
lo que llamamos eudiobótica, o séase arte de pasárselo
todo por la palomilla y no alterarse el humor por nada
de este mundo ni del otro; pero mi buena voluntad de
olvidar se estrella contra la potencia de mi querer, que
no es un querer de tres por un cuarto, sino ponderoso
hasta dar en tierra con mi libre albedrío...
En estos o semejantes coloquios entretenían el tiem-
po Fineza y Monturque, cuando he aquí que un día, al